Cómo olvidar la primera vez que sentí ese particular sabor, cremoso, dulce, infantil de mis primeros años.
Luego los cumpleaños, cuando alguna mamá decía: “El chocolate caliente ya está listo” y todos corriamos, el mejor era el de mi mamá, sin duda, creo que hasta el día de hoy, por los ingredientes especiales, cascarita de naranja y su mirada.
El gusto se me fue desarrollando a través del tiempo. En la adolescencia, fiel compañero de arrancaditas de clases, o dentro de ellas, cuando nadie miraba, un cuadradito, sólo uno, quien lo podría notar. Al recreo ya nada quedaba.
Cuando el amor fallaba, en esos enamoramientos quinceañeros, donde llorar junto a un grupo o cantante que sonaba en la radio por un amor no correspondido, esa música bien cortadora de venas, de esas que grababa en un cassette al apretar pause, ya que siempre estaba lista, pensando en ese chiquillo. Pucha que sufría una con esas cosas, pero ahí estaba, ese chocolatito que me sacaba una sonrisa.
Ya en
A medida de que iba creciendo, los regalos de los pretendientes, bombones, tabletas de chocolate, salidas al Cajón del Maipo, en común tenían esos sabores cálidos, que rico es este chocolate, decía, con la secreta esperanza de que no fuera la primera y ultima cita al son del cacao.
Una vez fue distinta, hace algunos años atrás, mi pololo llegó con una cajita de bombones, se veían especiales, diseños originales y cuando los probé, ese crac me hizo temblar, el sabor me llevó al paraíso abrí los ojos y estabas tú, con esa maravillosa sonrisa y tu mirada fija, me preguntaste, ¿y?, y yo te conteste que eran los mejores que había probado, y me dijo, no, sobre lo otro…chuta, pensé, ¿qué me dijo? Y recordé, “si mi amor, por supuesto que me casaré” contigo, y desde ahí soy la mujer más feliz del mundo.
Tengo más historias de chocolates desde ese momento, pero esas las mantendré entre mi marido, el chocolate y yo.
Un salud por el amor y el cacao, obviamente con un chocolate caliente.